Hay tres términos que suelen usarse de forma indistinta pero que, en realidad, tienen definiciones muy diferentes: innovación, creatividad y emprendimiento.
La creatividad es la habilidad de procesar información para crear ideas u objetos originales. Es producto de la imaginación, con la que se crea todo aquello que no existía y que puede llegar a ser una realidad. Así pues, es el uso productivo de la imaginación. Por tanto, y de acuerdo a mi definición de innovación en la que se unen invención más comercialización, la creatividad juega un rol muy importante en la primera parte. Es decir, para conseguir desarrollar cosas nuevas, debemos ser creativos. Claro que, una cosa es pensar en nuevas ideas —ser creativos— y otra muy distinta hacer cosas nuevas, llevarlas a la práctica —ser innovadores—.
La creatividad, como parte del proceso de innovación, también se puede aprender, fomentar y facilitar. Así pues, huyamos del mito que dice que no todos somos creativos y que sólo algunos genios generan nuevas ideas.
Los otros dos términos que muchas veces se usan de forma conjunta, a pesar de ser diferentes, son innovación y emprendimiento. Emprendimiento es una palabra que procede del francés entrepreneur y que significa pionero. Ésta se refiere tanto a la capacidad para alcanzar una meta o un objetivo, como a aquella persona que arranca un nuevo proyecto o empresa. Muchos de los grandes emprendedores de hoy en día, fundadores de empresas que admiramos y cuyos productos adoramos, personas como Steve Jobs de Apple o Jeff Bezos, el creador de Amazon, han sido también grandes innovadores, creando nuevos y revolucionarios productos que no sólo nos han fascinado, sino que también han contribuido a que cambiemos nuestro modo de hacer las cosas.
Sin embargo, no todos los emprendedores son necesariamente innovadores. El cocinero que decide establecerse por su cuenta y abrir su propio restaurante es un emprendedor, pero no necesariamente un innovador ya que puede que su restaurante, por bien que funcione y buena que sea la comida, no haya inventado nada nuevo y se dedique a servir paella o decida montar una franquicia. Siguiendo con el paralelismo de la cocina, una definición que me encanta es la que le he oído comentar a Ferran Adrià en alguna ocasión sobre qué cocineros son o no innovadores. Según Ferran, un buen cocinero es alguien que ejecuta muy bien una receta conocida, por ejemplo una paella, mientras que un cocinero creativo es aquel que consigue modificar una receta conocida y le aporta un grado de diferenciación. Por ejemplo, el otro día probé una paella con huevo frito que estaba verdaderamente deliciosa, por extraño que parezca. Sin embargo, un cocinero verdaderamente innovador es alguien que se inventa nuevas técnicas, como Ferran en su día inventó la deconstrucción o la esferificación, que hoy son tan populares entre los cocineros de vanguardia. Como podéis ver, ser un cocinero emprendedor que se lanza a la aventura de crear su propio restaurante requiere de unas habilidades muy diferentes a las de un cocinero que inventa nuevas técnicas de cocina.
Obviamente, la innovación es un proceso que requiere que el equipo tenga un espíritu emprendedor, pero tener en él a un emprendedor no innovador no garantiza el éxito.